La ganadería ovina ha sido siempre una importante actividad económica en Europa. El contacto cercano con la naturaleza y el aislamiento del pastor han dado lugar a tradiciones culturales únicas asociadas con el pastoreo y la vida pastoril. Los continuos movimientos de pastores y rebaños desde las tierras altas a las tierras bajas durante verano e invierno enriquecieron la cultura de las comunidades involucradas y crearon testimonios únicos a lo largo de las rutas seguidas.
Los rasgos de la vida pastoril, presentes incluso hoy día, han dado lugar a muchos elementos culturales comunes en los países europeos. El estilo de vida casi nómada de los pastores y su relación con la naturaleza se reflejan en la música, costumbres, vestimenta, manejo de rebaños, arquitectura, cocina, etc. Las rutas de trashumancia evolucionaron hasta convertirse en corredores del desarrollo económico, impulsando las actividades comerciales que eventualmente dieron impulso a los asentamientos.
Sin embargo, el entorno económico y social cambió y en la segunda mitad del siglo XX se deterioró la imagen social de los pastores. La gente joven no apostaba por el pastoreo como una ocupación debido a las condiciones de aislamiento durante la mayor parte del año y la consiguiente exclusión social. De esta forma aumenta el riesgo de subestimar y, finalmente, perder un patrimonio cultural rico e importante.
Además de eso, la cría de ovejas y cabras juega un importante rol en la protección del medioambiente, incluyendo el mantenimiento de las áreas menos fértiles, la biodiversidad, la conservación de los ecosistemas y la calidad del agua, la prevención de la erosión del suelo, inundaciones, avalanchas e incendios. Los pastos de cabras y ovejas en tierras de baja calidad son esenciales para la economía rural de la UE.